Alberto... mamerto
Todo muy lindo, todo muy rico.
Finísimo, te diría.
Cóctel en un museo, inauguración de una muestra. Champagne (rosado, pero algo es algo) y más o menos las mismas caras de siempre. Por un lado, la "curtura", caches sin prosapia pero con título de "artista" o "inteletuala" en su defesto. Por el otro, los que van de puro finos, la familia puso plata y esa noche no tienen un plan mejor. En fin... ¡como te extraño, Mónica de Álzaga!
Cuestión que estaba ahí, charlando con D, cuando advierto que un muchacho parado a pocos pasos me clava miradas como poco indiscretas. Digámoslo: para museo, francamente bochornosas. No es feo aunque esté mal vestido (combina saco finísimo con gorrita de lana), y si bien de lo que alcanza a escucharse puedo inferir que es tontísimo, pronuncia las "ye" que es un encanto de patricio. En síntesis: para una noche y con cuatro copas de champagne encima, hemos tenido cosas peores.
A la quinta mirada fija y sostenida en 30 minutos, me libro discretamente de cualquier compañía y me interno en el jardín. Poco después, lo veo hacer lo propio. Nos encontramos, y se da el diálogo que a continuación reproduzco:
Él: ¿Entonces?
Yo: Entonces hola.
Él: ¿Encontraste algo en el jardín?
Yo: No, nunca tuve la suerte de Lisa Albinoni con los árboles.
Él: (riéndose) Me llamo Alberto.
Yo: [Mi nombre]
Me mira un rato largo.
Él: No me voy a olvidar.
Media vuelta.
Veinte minutos después enfila hacia su auto y se va.
Eh...
Todo muy lindo, todo muy rico.... pero si no cojo, me aburro.