Era tan pero tan lindo que por una vez no importó que, frente a mi biblioteca, hiciera la vieja y remanida pregunta: (léase con voz de mucha sorpresa) "¿Los leíste TODOS?"
Tres años después lo encuentro en un mostrador de McDonalds, con todo el acné que trae consigo la exposición a las temibles máquinas freidoras.
La justicia divina no existe, pero que la hay, la hay.
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