Cogiendo se conoce gente

Una producción de Omar Romay

lunes, julio 16

Pregunta un lector...

Si cogiendo se conoce gente... entonces acá, en Rosario, que es bastannnte difícil coger "de onda", ¿la gente es totalmente antisocial?

(Gracias Pablo Moyano, el lector)

sábado, junio 9

Después de tanto tiempo, tantos años, volví a verte ayer, de lejos, bajando de un auto. Iba en un taxi, yo, y a través de la neblina (esa neblina rara de estos días) alcancé a distinguirte entre los demás, los hombres que no me cogí o no me acuerdo. ¿Cuántas veces nos vimos? ¿Dos, tres? No sé, fue raro. Yo era chico (vos no tanto), a ninguno de los dos pareció importarle, ninguno se estremeció y sin embargo, al día de hoy, debo decir que aquellos fueron mis mejores polvos. Pensé que todavía me faltaba mucho, que tenía la vida por delante, que ya vendrían muchas experiencias... y las hubo, es verdad, y fueron satisfactorias, es cierto, pero aún así, y aunque no me creas, aquellos, cuando tenía dieciseis años, fueron... en fin, ya lo dije.
Bajé la ventanilla, casi saco la mano pero no me salió gritar. ¿Lo qué decir? ¿"Echémonos otro"? No tenía sentido. Andá a saber quién sos, cómo cogés hoy, andá a saber si me gusta, si te gusto o me gustás.
Andá a saber.
Por ahí todavía seguís casado con esa prima de la mejor amiga de mamá.

viernes, junio 8

Aclaración para lectoras y lectores desatentas y desatentos

Burbuja y Bellota, que hace rato no postean, son señoritas.
Belloto es señor.

jueves, mayo 31

Me dejó un comment, dos, tres. Me mandó un mail. Se las ingenió para conseguir mi teléfono y grabar un mensaje hilarante. Me invitó a un restaurant divino. Era inteligente, lindo, gracioso, auto-sustentado (¡basta de mantener lúmpenes! ¡suéltame, pasado!). Pasó a buscarme en auto.



Obviamente, tenía mal aliento.

miércoles, mayo 16

Era tan pero tan lindo que por una vez no importó que, frente a mi biblioteca, hiciera la vieja y remanida pregunta: (léase con voz de mucha sorpresa) "¿Los leíste TODOS?"

Tres años después lo encuentro en un mostrador de McDonalds, con todo el acné que trae consigo la exposición a las temibles máquinas freidoras.

La justicia divina no existe, pero que la hay, la hay.

viernes, diciembre 30

WE RULE!

You love us, you really love us

viernes, agosto 26

Otro aforismo (para chicas)

Menos orgasmos tuvo Dios y perdona.

jueves, agosto 25

Aforismo

El tamaño no importa. Contunde.

domingo, agosto 21

Asignatura pendiente

Era el "chico grande" que me gustaba a los 15. Ese que nunca te daría bola. Me llevaba cuatro años nomás, pero a esa edad, eso es "ser grande".
Volví a encontrármelo por casualidad un sábado a la noche, ya con veinticuatro años (yo). Nos quedamos juntos hasta el día siguiente. Amanecí en su casa, no habíamos dormido ni dormimos después. Ocasionalmente parábamos a tomar un vaso de Coca Cola, charlar un poco o simplemente a descansar. Tenía pareja, me había dicho, pero estaba de viaje, así que no me preocupé.
Serían ya las ocho de la noche del domingo cuando después del último lance me entró un poco de frío. Extendí una mano y tiré de una frazada que estaba a un costado, sobre un sillón.
La manta, al correrse, dejó ver una pistola.
Grande.
(Y no de las que nos interesan sino una pistola-pistola, un arma de fuego.)
-¿Y esto?- pregunté sin esconder mi asombro, rechazo, pánico, terror.
-Ah, es de Fer.
Mi mirada pedía más precisiones.
-Trabaja en la fuerza, él.
-¿Es cana?
-No ¿cómo va a ser cana?- me dijo, pero no dejó que alcanzara a tranquilizarme antes de agregar: -Está en la marina.
Sudor frío.
-Él me engañó hace poco ¿sabés? No sabés lo feo que fue descubrirlo. Mirá esta cadenita... se la regaló el otro. Por eso lo descubrí.
-Escuchame... ¿dónde está él ahora?
-Se fue el viernes. Vuelve hoy a la noche o mañana.
Glup.
Lo puteé y me fui, claro.

Y volví a verlo dos o tres veces, por supuesto. Después de todo, era el chico grande que me gustaba a los 15.

martes, agosto 9

"Blast" from the past

En la terraza del hotel de una conocida e importante ciudad hermana latinoamericana, departía amablemente con X, músico de nuestro país con quien por casualidad coincidí en la urbanización de marras. Una discreta borrachera compartíamos aquella noche. Habló de su ex, su actual, sus hijos, la dinámica del cangrejo y mil cosas interesantes. En cierto momento, no sabría reconocer por qué, la charla derivó hacia el porno. Más bien, ocurrió lo siguiente:
-Me gusta mucho el porno- dijo él.
-Ah...
Ufffff, pensé. Típico de chongo, ahora va a hablar de tetas.
-Sí, me gusta mucho. Y tengo gustos muy amplios...
Lo miré con un poco de desconcierto.
-Claro, me gustan muchas cosas... por curiosidad, nomás.
-Bueno, supongo que es el espacio para canalizar ciertas fantasías.
-Sí, claro... igual, siempre tienta probar algunas.
-Ajá.
Largo silencio.
-Hace frío- me dijo. Y de inmediato agregó: -¿Vamos a tu pieza?
En fín, así es el chongo perdido en tierra extraña, m'hija.
Y no es para comparar, porque el gusto está en la variedad, solo sepan que por mi pago la chupamos y piden más.
¡Y adentro!

Sólo agregaré que el muchachito fue muy receptivo.

viernes, junio 10

¡¡¡Ya volvemos!!!

Disculpe la demora. Estamos cogiendo para usted.

sábado, mayo 28

Para el museo (del espanto)

From :  xxxxxxxxxxxxxx@hotmail.com
Sent :  Monday, December 13, 2004 6:34 PM
To :  xxxxxxxxxx@hotmail.com
Subject :  Hola!

Hola [Belloto] perdoname ke sea por este medio pero no estoy en buenos aires y no vuelvo hasta la semana ke viene, keria decirte ke despues de pensarlo bastante tome la decicion de alejarme porke en este momento de mi vida no puedo mantener una relacion con nadie, creo yo. Tambien kiero decirte ke me pareces un tipo esepcional y no creo ke te merescas esto, pero yo no puedo ahora darme entero a una relacion, los dias ke salimos fueron muy buenos pero kizas nos apuramos demaciado y nos ekivocamos. Siento haberte lastimado te deseo lo mejor en tu vida ya ke te lo mereces, te mando un fuerte abrazo, hasta siempre [adrian].

jueves, mayo 26

Portándose mal se conoce gente

Habíamos quedado con una amiga de encontrarnos directamente en la fiesta, a las dos más o menos. Llegué puntual. No la encontré en planta baja. Tampoco en el primer piso. Mi infalible intuición me sugirió retirarme, pero no: “por las dudas” subí la escalera empinadita, estrecha y de madera que llevaba a la terraza (muy pre-Cromañón). Ahí tampoco estaba la turra.
Quien sí estaba era M. Lo vi de lejos, conversando con dos amigos que luego reconocí: S y J. Di una vuelta, salí de entre la gente a saludar, los astros se rieron otra vez, intercambiamos alguna frase sobre lo mala que era la fiesta y decidí desplegar “mi encanto”. Es decir, me comporté como un idiota. Mucho tiempo habíamos estado de jueguito histérico M y yo, una de mis razones para ir a esa fiesta era ver si llegábamos a buen puerto, o a alguno. En fin, en esos casos yo soy de ponerme idiota (no se ustedes).
Por suerte para mí, M –con quien la cosa venía de miradita va, miradita viene, pero casi nunca habíamos hablado– estaba por debajo incluso del nivel de idiota: era simplemente aburrido. Ni un buen chiste logró hacer, tanto que J se dedicó a sostenerle la vela haciendo bromas desde el lugar del tercero cómplice. Al pedo, la verdad, porque a cada pie que J le daba, M no hacía más que sonreír a lo pavote.
Me fui, siempre hay que irse un rato, y ya que estaba busqué un trago. Cuando no sé qué hacer en las fiestas busco un trago, para tener las manos ocupadas. Si fuese una persona más segura de sí o si supiese, al menos, que hacer con las manos, bebería menos.
Volví. M no avanzaba. Silencio breve. “Termino el trago y me voy a otro lado”, dije. Por ahí (ley del enganche), si me iba él venía conmigo, y quién sabe, quizás en otro lugar, lejos de tantas miradas conocidas, cambiaba la cosa. El humor comenzó a escasearme cuando cayó en el lugar común de exagerar desmedidamente “la sorpresa” de que tuviésemos la misma edad, subrayando con insistencia exasperante “te daba cinco o seis años más”. Pobre, era el primer palo que se le ocurría después de una tempestad de chanzas propias de tal tipo de situación, pero tampoco era para engolosinarse de semejante manera, la verdad.
No, ni a palos concretaba esa noche.
Más bien, nunca. Fuera del flirt laboral, M era el tedio en persona. “Bueno, hoy no cojo”, pensé, y de inmediato se aflojó la tensión, recuperé la compostura y para pasar el rato me dediqué a charlar con J y S, a todas luces un poco más interesantes que M. Aún así, hubo un momento en que escuchándolos me sentí Joan Collins frente a los niños Von Trap…
A todo esto, cuadro de situación: S era amigo de una amiga, y en los últimos meses nos habíamos cruzado ya una que otra vez. Hablamos del viaje que estaba a punto de hacer. Con J la situación era un poco más complicada. Lo había conocido tres meses antes, al pasar por la casa de mi ex para buscar las últimas cosas mías que quedaban ahí. Nunca lo había visto antes, pero había oído mucho de él: teníamos conocidos en común y era amigo de mi ex. Se habían peleado poco antes de que nosotros trabásemos conocimiento, mi ex y yo, y como suele ocurrir, fue de esas amistades que renancen post-divorcio. Separación complicada, donde a mí me tocaba ser la mala persona, digamos. Por eso mismo, apenas verlo, había dicho a M “bueno, debés tener una idea espantosa de mí”. Sin embargo él se rió, y dijo que tenía sus motivos para desconfiar de la fuente, dando a entender que otra vez se habían peleado.
Y en fin, ahí estábamos, en la terraza de una fiesta donde el organizador proyectaba diapositivas de sus vacaciones contra la pared. (Hay cosas que nunca cambian: cada dos o tres años algún puto habrá de suponer, indefectiblemente, que mostrar las fotos de su “luna de miel” es una intervención estética.) Me quedaba un cuarto de trago, todavía, cuando S, que estaba cansado, dijo “me voy”. A lo que M agregó “voy con vos”, perdiendo los muy pocos puntos que pudieran aún quedar en su haber.
Nos quedamos solos con J. Riéndose me preguntó si no estaba decepcionado por la partida de M. Como corresponde, hice como si la pregunta me tomase por sorpresa. ¿Por qué habría de estarlo? Bueno, a M le parecía –me confió– que yo tenía “intenciones” con él. “Ah…”, dije sonriendo, “M debe suponer que todo el mundo tiene intenciones con él… y curiosamente él no debe tenerlas con nadie”. J sonrió; en efecto, la descripción no debía estar lejos de la verdad. Aclaré, por las dudas, que la verdad no se me cruzaba por la cabeza tener algo con M (cosa que, más allá del resguardo de la dignidad en ese momento, durante esa noche había pasado a ser cierto).
La conversación siguió, más que nada de la mano de J, que vaya a saber por qué parecía muy ansioso por darme la idea de que era modernoso, electrónico. En algún momento habló de su experimentación con las drogas. Consecuentemente, hice alarde de mi pasado cocainómano. Por algún motivo, se lo veía más cómodo cuando llevaba la situación, así que me apresuré a insinuar que mi espíritu mundano y superficial no era sino la coraza de un tierno y frágil corazón.
Pan comido.
“Bajemos un rato a la pista”, propuso. Me invitó un trago. Bailamos. “Ah, no, parece que al final sí cojo”, pensé. Bailamos un poco más. Hice una insinuación descarada. Me explicó, poniéndose serio, que yo le parecía una persona muy interesante, que quería volver a verme y esperaba le diese mi número de teléfono, compartir alguna salida, pero no esa noche. No quería que fuese cosa de una sola noche, pero además estaba aún sensibilizado por su reciente separación.
Transamos contra la pared y un rato después dejamos la pista, para seguir con lo nuestro en unos sillones. “¿Y si nos vamos, mejor?”, pregunté al rato. Otra vez me habló de su separación. Sentía que podía darme unos besos, sí, pero nada más por esa noche. Sin pestañar, en un plano digno del Oscar, contesté “no te equivoques, no quiero más que esto, tampoco, pero quiero que estemos solos, sin tanta gente, tranquilos, abrazarte sin tanto ruido, sin tanto humo (fumo dos atados diarios, aclaro), quiero que estemos bien… además, acá nos conoce todo el mundo ¿no preferís un lugar donde no estés tan expuesto?” Golpe de gracia.
Unos quince minutos más tarde supe que usaba bóxers de algodón sueltos, bastante lindos. Me arrodillé frente a él. Apoyé mis manos sobre el elástico y tiré con fuerzas dejándolo ahora sí totalmente desnudo. Alcancé a escuchar, mientras caía su ropa interior, su voz diciéndome “te aviso que soy sólo activo” (he allí un turn-off). Pero lo escuché a lo lejos, como si de pronto estuviese yo en otro lugar. Me había quedado tieso (ya sé, adjetivo poco feliz para la escena). Ahí, frente a mí, había algo que básicamente podríamos calificar una digna pieza de anatomía minimalista. No es que tenga exigencias desmedidas, para nada. Ocurre que aquello era directamente exiguo. El único modo de acariciarlo era tomándolo entre el pulgar y el índice, perdiéndolo más de una vez. En lo que al sexo oral respecta, se parecía muchísimo más a un cunnilingus que a una fellatio. Y bueno, descubrí también que las pijas chicas pueden ser muchísimo más irritantes que las muy grandes: no terminan nunca de entrar ni salir, se quedan siempre ahí, en la zona irritante. Son peores que un dedo, bah.
“Soy solo activo”, además, significaba “no pienso mover un dedo” como advertí luego, así que el balance fue más bien desastre. Tal vez fuera por las circunstancias, tal vez realmente estuviese compungido por su separación, pero fuera así o estructural, había resultado un amante de mediocre para abajo.
De todos modos, como suelo ser una persona considerada, hablamos dos o tres veces por teléfono. Finalmente, me pidió encontrarnos en un café. Yo le gustaba, me dijo, pero prefería mantener nuestra relación como una amistad y ver qué pasaba con el tiempo. ¿¿¿¿¿¿¿¿?????????
Hice lo mejor posible para parecer contrariado, y poco después dejamos de vernos.
Al poco tiempo, una amiga en común, ML, me contó que habían vuelto, que J “había confesado” su “infidelidad” conmigo y que al parecer era todo un tema. Me desentendí del asunto. Sabía que esa pareja tenía esos funcionamientos.
Aceleremos. Un mes y medio más tarde me encuentro con ML, justamente, en un local nocturno al que habíamos ido porque tocaba Dani Nissenson y después una banda nueva que todo el mundo decía que era muy divertida, de nombre miranda. Después, fiesta en lo de una amiga. En el departamento no había mucha gente, veinte o treinta personas. Conversé con algún conocido y en algún momento terminé en la cocina con la dueña de casa, otra chica, un chico que no conocía y yo. El chico era lindo, tenía un poco de onda, politólogo… no estaba mal. Tampoco importaba demasiado.
Hasta que en un momento él, que venía jugando al galán fatal, confesó que seguía enamorado de su ex novio, que no lograba superarlo. Se llevó la mano al bolsillo, sacó su billetera, la abrió y se la pasó a la dueña de casa para que viera su fotografía. La dueña de casa se la pasó a la amiga. La amiga me la pasó. Se me escapó una carcajada, no pude evitarlo, y los tres me miraron serios. “Vos debés ser N”, dije, devolviéndole la billetera con la foto de J. “Sí…” Con tono de impecable caballero agregué: “yo soy Belloto de Tal”.
Se quedó perplejo. “Fuck”, gritó. Sin embargo, seguimos cruzándonos alguna vez durante la noche. Cuando la fiesta terminó, fui a buscar mi abrigo. La dueña de casa, sorpresivamente, había descubierto su veta lésbica con su amiga, pero N estaba pesadísimo, quería “triangulito” a toda costa. Y se quedaba a dormir, porque estaba muy borracho. “Quedate a dormir, por favor”, me dijo. “Estás loca, si vivo a cinco cuadras”. “Si estás vos es más manejable”, me dijo. En fin, así fue. Las chicas se encerraron en un cuarto, me dieron el otro a mí y a N le tendieron un colchón en el pasillo.
N no se quedaba callado. En un momento se lo escucha rarísimo. “¿Te pasa algo?”, le pregunto desde mi cama. Se para e intenta entrar al cuarto de las chicas. Lo disuado. Lo hago volver a su lugar. Quiere soltarse de mí, rechaza que lo ayude, pero al hacerlo le cuesta mantener el equilibrio, vuelve a apoyarse y escucho una arcada. Detesto atender borrachos, pensé. Lo dejé en la cama. Iba a necesitar un balde, urgente. Por más que busqué, no encontré ninguno, y terminé llevándole una cacerola de la cocina. Fue inmediato. Le sostuve un poco la cabeza. Cuando terminó le llevé agua. “Bue, ya está, dormíte”. “Pará, no te vayas”. Temblaba un poco, tendría un poco de fiebre como reacción. “¿Tomaste algo además de alcohol?”,pregunté. “No, no…” Me quedé sentado. Cada vez que amagaba irme a mi cuarto, me retenía. En algún momento me quedé dormido.
“¿Qué hacés acá?”, me preguntó a la mañana. “Me quedé dormido”, le dije, “estabas descompuesto”. “No me acuerdo”. Me encogí de hombros. “¿Qué hora es?”, pregunté. Serían las ocho. “¿Las chicas duermen?”. Movió la cabeza dando a entender que sí. Me dolía terriblemente la espalda. “Bue, yo voy a dormir un poco más, me voy a la otra cama”. El se paró y caminó hasta la puerta del dormitorio. “No las jodas, N”, alcancé a decirle. Puso cara de orto y fue al baño.
Me acosté en la cama que me correspondía finalmente y no tardé en quedarme dormido. Me despertó al rato un movimiento. Era N. “Acá hace menos frío, ese pasillo está helado”. Era cierto, hacía frío, pero me costó entender en qué podría colaborar al malestar térmico que N me abrazara por detrás y comenzase a masturbarme.
Me di vuelta.
Lo miré.
Era lindo, yo seguía bajo efectos del alcohol y el resto no era problema mío.
Como suele ser, fue un polvo un poco torpe, resacoso, pero en todo sentido N era al menos un amante estándar.
Se despertaron las chicas. Salimos a desayunar por ahí. N tenía que entrar al trabajo en dos horas, necesitaba hacer tiempo. Ellas querían sacárselo de encima, así que se vino a casa. Elogió mi biblioteca, no hicimos mucho, tuvimos una charla relativamente amigable y se fue. Sin embargo, cuando nos cruzamos de vez en cuando, evita saludarme hoy día.
Se reconciliaron poco después, J y N, y durante mucho tiempo J no supo qué había pasado aquella noche. Hasta que meses más tarde…

(continuará)

jueves, mayo 12

El médico e

Después de la comida fuimos a su casa. En la primera cita, sí, pero pintaba bien el cardiólogo (y eso que a mí los médicos…): parecía un chico despierto, ocurrente, teníamos alguna cosa en común, me gustaba, yo le gustaba a él… había "una base", diría la psicopedagoga. Quedaba en Palermo el depto, un piso muy de los setenta –mucha superficie, techo bajo, distribución poco feliz y planta "octogonal" en los vértices– que había sido la casa familiar hasta que sus padres optaron por dejar Buenos Aires, tal como sospeché al entrar: mesa de vidrio negro, sillas de pana, espejo romboidal biselado con marco doré y mucho cuadro, platito, jarrón, carpetita, adorno… si no era decoración de madre, estábamos en problemas.
Igual no alcancé a ver mucho. Eso sí: las sábanas tenían un boladito rosa muy mono.
Hora y media después, me ofreció un café.
"¿Querés un café, chuli?"
El vocativo me descolocó un poco, pero haciendo el oído gordo, acepté (no es cuestión de interrumpir el proceso cognitivo por un mínimo traspié).
Lo esperé sentado junto a la mesa del comedor, pero cuando apareció, trayendo las tazas, propuso: "no, vamos a los sillones, mejor; no hay lugar en la mesa". Y tenía razón: era un mar de papeles organizados en pilitas muy prolijas, cosas de trabajo. "¿Qué son?", pregunté. "Protocolos de medicamentos… ¿sabés qué son?". Sí, claro. Me sorprendió, era demasiado joven y no ocupaba un puesto tan relevante en el equipo en que trabajaba como para dirigir una investigación. "Bueno", pensé, "será brillante en lo suyo".
Yendo hacia los sillones –en la otra punta del living-comedor alargado tipo pecera, proporción 3:1–, frenó frente a un aparador y estirando una taza me señaló un portarretrato: "esa es Fulana" (una amiga de la que me había hablado mucho). Se los veía sonrientes, en una playa, arrodillados sobre la arena blanca. "¡Qué lindo!", dije sincero, "me encantaría ir al caribe con una amiga. En fin, cosas del uno a uno" (era como hablar del clima, "el uno a uno"). "No, no… fue hace dos meses", aclaró. Lo miré asombrado: "¿lo venían planeando hace rato?" Sacudió la cabeza: "fue de un día para el otro, me invitó un laboratorio".
Mientras terminaba de digerir la última frase, o lo intentaba, me acomodé en el sofá. Él dejó las tazas sobre la mesita ratona, se sentó y estirándose, prendió la luz (hasta ahí nos habíamos guiado por el rebote que venía de la otra punta del ambiente, muy tenue). ¡Tarán!… sobre una pared lateral, el Guernica de Picasso. No, no una prolija reproducción enmarcada. ¿Cómo decirlo? Había sido pintado a mano sobre la pared misma, con un pincel de ferretería, transpuesto con el sistema de cuadraditos, supuse al ver que la proporción resultó alterada (en esta versión era más cuadrado). Un mural, digamos. Sí, tal cual, Guernica-mural-living- pared completa.
Quise tener fe: "¿Tomaba clases de pintura, tu mamá?"
"¿Lo decís por el cuadro?"
Asentí, bajando media taza de café de un sólo trago y lamentando no tener el poder de transformarlo en wisqui.
"Lo pinté yo."
Estaba orgulloso.
"Es muy importante para mí, representa muchas cosas…"
Que no pregunte, que no pregunte, que no pregunte, que no…
"¿Te gusta?"
Cagamos.
Elegancia, sutileza, diplomacia: "me gusta mucho Picasso, sí; esta obra me parece un poco violenta para un living, tal vez… no sé".
"Puede ser, pero representa muchas cosas para mí."
"Ah…"
"Tiene que ver con cosas mías muy fuertes, es muy significativo."
No pienso preguntarte. Dejémoslo para la próxima, ¿no es seductor el misterio? Ahora bostezo y digo "uy, mirá la hora que se hi…"
"Pasa que…" Alpiste, fue más rápido. Venía de una enfermedad muy seria, me contó, aún estaba recuperándose y podía tener recaídas. No soy insensible, desde luego, me estaba contando un problema serio y lo escuché con atención, me preocupé y todo. Tenía también una enfermedad crónica, pero más controlable, por suerte. No como las anginas, que tenía cada dos por tres. Por lo de las alergias, claro, aunque las reacciones él era de hacerlas más en piel, no tanto en vías respiratorias. Pero bueno, con todo eso venía postergando la operación de miopía, y necesitaba tanta corrección ya que a veces las lentes le producían cefaleas. No usarlas también, de tanto forzar la vista.
Se hizo un largo silencio.
Me sonrió: "no tendría que haber aceptado lo del restaurant mexicano". No, no, me pidió que no me confunda, no es que no le gustara, pero venía acostumbrado a comer más livianito, y ya empezaba a sentir los efectos del exceso.
"El médico enfermo" lo bautizó mi analista.
Y lo mejor de todo: no termina acá.

(To be continued)

martes, mayo 3

Sabiduría banalizada

Una y otra vez, mi tía Aurora repetía, ante nuestras miradas enormes, "no crean en nada de lo que dicen, los hombres son todos iguales".
"¿Iguales a qué?", pregunté un día inocente.
Me miró con odio.
Tenía razón.

jueves, abril 28

Alberto... mamerto

Todo muy lindo, todo muy rico.
Finísimo, te diría.
Cóctel en un museo, inauguración de una muestra. Champagne (rosado, pero algo es algo) y más o menos las mismas caras de siempre. Por un lado, la "curtura", caches sin prosapia pero con título de "artista" o "inteletuala" en su defesto. Por el otro, los que van de puro finos, la familia puso plata y esa noche no tienen un plan mejor. En fin... ¡como te extraño, Mónica de Álzaga!
Cuestión que estaba ahí, charlando con D, cuando advierto que un muchacho parado a pocos pasos me clava miradas como poco indiscretas. Digámoslo: para museo, francamente bochornosas. No es feo aunque esté mal vestido (combina saco finísimo con gorrita de lana), y si bien de lo que alcanza a escucharse puedo inferir que es tontísimo, pronuncia las "ye" que es un encanto de patricio. En síntesis: para una noche y con cuatro copas de champagne encima, hemos tenido cosas peores.
A la quinta mirada fija y sostenida en 30 minutos, me libro discretamente de cualquier compañía y me interno en el jardín. Poco después, lo veo hacer lo propio. Nos encontramos, y se da el diálogo que a continuación reproduzco:
Él: ¿Entonces?
Yo: Entonces hola.
Él: ¿Encontraste algo en el jardín?
Yo: No, nunca tuve la suerte de Lisa Albinoni con los árboles.
Él: (riéndose) Me llamo Alberto.
Yo: [Mi nombre]
Me mira un rato largo.
Él: No me voy a olvidar.
Media vuelta.
Veinte minutos después enfila hacia su auto y se va.

Eh...
Todo muy lindo, todo muy rico.... pero si no cojo, me aburro.

sábado, febrero 12

Página en construcción.

Disculpe las molestias. Estamos cogiendo para usted.